La Cola del Mundo de las laticas
Del proceso de elaboración de refrescos con cafeína conozco bien poco. Por mi garganta han rodado algunos compuestos provenientes de envases de antaño de Tropicola y otros de su versión más moderna, la TuKola, cuyas latas parecen en ocasiones adulteradas con aguas del oriental Río Cauto.
Pero de todas esas Colas, sin contar la que se me forma en la bodega en lo del lío de la carne de dieta, sostengo una mayor afinidad con la Coca Cola. Mas mi menú no incluye buches de la famosa gaseosa, no me tomo un softdrink de esos importados hasta que un cuentapropista no me ofrezca una McDonald’s original de las butin en su cajita. Sería como comerme un cake sin helado; ultraje a mi estómago “consumista” de lo que aparezca.
A la Coca Cola le debo mi toma de conciencia por el fútbol. Lo digo desde el fondo del corazón de mi sistema gástrico. Con apenas 7 años amaba los bussines de las FIFA World Cup sin saber incluso el significado de la gritería made in GOL.
Y la culpa también es de mi vecino Osvel, quien coleccionaba laticas de Coca Cola de aquella edición especial del año 94. A los americanos le dio por sacar impreso en el afamado recipiente un perrito guataqui negro (Striker era su verdadero nombre) portador de la bandera de cada una de las naciones participantes.
Para los fanáticos lo más trascendente era el penal de Baggio en la final contra Brasil, cuando le mandó a uno de sus primos en la grada el balón al patear aquel penal. En Cuba no había esa fiebre balompédica, ni internet, ni antenas parabólicas piratas. Los juegos se veían diferidos 5 días después, y el ICRT (Instituto Cubano de Radio y Televisión ) se tomaba la atribución de hacértelos sentir como en vivo.
Allá a los que les gustaba el fútbol en su análisis metodológico. Yo iba ilusionado todos los días al apartamento de Osvel a preguntarle acerca de su colección de laticas, como si fuese un agente de la comunidad.
Tenía la de Bélgica, Argentina, Rumanía, Nigeria. Me decía que había un premio importantísimo para aquel afortunado que lograra completar la de todos los países.
Custodiaba aquello como si se tratase del tesoro nacional. Se me fue la musa de la inocencia infantil cuando le dije: “Osvel, y ¿la de Cuba no tiene un perrito de esos? Le fue más fácil decirme que no estaba por asuntos del Bloqueo. ¡Mentiroso! Si Cuba no cogió laticas en la versión de la Copa del Mundo del 38, pues me iba a tener que conformar con las calcomanías del Tocopán de los Panamericanos del 91.
Mi vecino parecía un RM grado 8 tras aquellos refresquitos. Ya en esta isla se había despenalizado el dólar, pero igual una Coca Cola de aquellas eran caritas y pico. Mi amigo completó la colección finalmente sin “saborearla.”
Del premio no quiero encuestas. Osvel al final fue a parar a Materias Primas con una carretilla repleta de latas al paso de los meses, pues los de la Oficina de Intereses yanqui no tenían registrado tal concurso, mucho menos premios en metálico.
En este 2014 se cumplieron 20 años del suceso deportivo más trascendente en la historia de los Estados Unidos; casi nada diría Gardel. Dos décadas de la Cola del Mundo de las laticas.
Publicado el septiembre 23, 2014 en Fútbol al 100% y etiquetado en Coca Cola. Guarda el enlace permanente. Deja un comentario.
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